La violencia sobre las mujeres

Presentación del libro: La violencia sobre las mujeres

En primer lugar quisiera agradecer a la Asociación Análisis Freudiano y a los autores de este libro el que me hayan dado la oportunidad de participar en la presentación de: La violencia sobre las mujeres.

De entrada, he de decir que el encuentro con este libro ha supuesto para mí una «una sorpresa y un hallazgo». «Sorpresa» porque me ha parecido admirable la capacidad de los autores para poder plantear y formular de forma clara y sencilla complejos pensamientos y conceptos de Freud y Lacan (de quienes son herederos y continuadores), junto con los suyos propios. Y «hallazgo» porque pienso que este libro expone y plantea desde tres vértices: el teórico, el clínico y el social, importantes e interesantes cuestiones para abordar el tema que hoy nos convoca: «La violencia sobre las mujeres».

Reseña Mercedes Puchol del libro La violencia sobre las mujeresEn las palabras preliminares del libro Roque Hernández, Marian Lora y Margarita Moreno parten de una aseveración valiente y contundente en relación con la Ley Integral contra la Violencia de Género que fue aprobada en España en fecha relativamente reciente:

«La voz de las mujeres implicadas sigue siendo silenciada en medio de un discurso que, pretendiendo defenderlas, al reducirlas exclusivamente al estatuto de víctimas les niega lo mismo que la situación de maltrato: su calidad de sujetos que puedan interactuar en su destino».

Este libro, por tanto, trata de dar respuesta a un importante reto que, en palabras de estos autores, consistiría en:

«Conjugar el compromiso encaminado a conseguir condiciones objetivas de igualdad en importantes ámbitos de la vida social, junto con la incuestionable legitimidad de la denuncia que sufre la ‘víctima’ y los intentos de darle protección, con el reconocimiento de su condición de sujeto en relación con aquello que le ocurre».

Y es que, en mi criterio, uno de los valores importantes de este libro es la invitación que hace a todos los actores implicados en la problemática del maltrato (incluidos los profesionales de la salud mental) a adueñarnos de nuestra subjetividad y de nuestro propio deseo inconsciente, y a abrirnos a una escucha que privilegie la singularidad. Escucha que, en mi opinión, se opondría al intento de taponar «la falta» a través de teorizaciones o ideologías que puedan llegar a funcionar al modo de unos «lechos de Procusto».

Desde esta perspectiva, y dado que dispongo de un tiempo limitado para mi exposición, voy a tratar de privilegiar desde mi escucha personal, algunos de los aspectos que me han parecido de especial relevancia para el abordaje de esta problemática, dejando inevitablemente en sombra otros que, pese a su riqueza, me es imposible mencionar en este breve lapso de tiempo. Tendrá que ser entonces el lector quien, invitado también a aportar su propia y singular escucha, los descubra y encuentre por sí mismo.

Desde mi lectura personal este libro se me ha representado como una polifonía de voces que, desde un vértice de pensamiento común heredero de Freud y Lacan, tratan de interrogarse sobre el sentido de la violencia sobre la mujer proponiendo aperturas que aporten una luz al «continente negro del maltrato».

Los autores nos muestran a través del conjunto de sus artículos las diferentes figuras y rostros de la violencia. Esta se encarna en historias individuales e intersubjetivas como la que relata y analiza Bernard Brémond: una historia que, «Como anillo al dedo», nos muestra el fanatismo de la pasión asesina por la verdad que arrastra a los sujetos hacia el paso del fantasma al acto irreparable.

También la violencia puede prender en la mirada a través de la imagen de «ese oscuro objeto de la publicidad», en el que se adentra Jorge Camón y cuyo recorrido nos ilumina mostrándonos que: «publicitar un producto -y venderlo- eleva a los objetos incluidas, en especial, las mujeres a la dignidad de Mercancía (…) Y sobre una violencia que él denomina ontológica [de la que nos expone claros ejemplos] se superponen las otras formas más o menos físicas de maltrato, que se manifiestan en diversos contenidos visuales».

También este autor nos advierte de cómo en la sociedad actual hay un deslizamiento por el cual «educar en igualdad» se identifica con «borrar las diferencias». Sin embargo, coexistiendo junto a lo que me atrevería a denominar como una especie de imperativo categórico de orden social que exhorta a «borrar las diferencias», también nos encontramos con el intento de establecer, por parte de los hombres y ante la muda irritación de las mujeres, «una disimetría no de la diferencia sino de la desigualdad» a través del maltrato que se enmascara en el ropaje de lo cómico, del humor y especialmente del chiste – tal y como nos lo muestra Marian Lora en su artículo «El chiste y su relación con el maltrato». Marian Lora nos revela, a través de sagaces ejemplos, cómo el chiste tendencioso puede funcionar (desde el trastocamiento perverso de su virtud original) como instrumento manipulador y arma del maltrato, al colocar a la mujer como objeto propiedad del otro al tiempo que, muchas de ellas lo toman por cierto, al posicionarse también ellas mismas en el lugar de objeto que falta para el Otro. Y de esta paradoja que recorre nuestra sociedad actual en el intento de borrar las diferencias al tiempo que se establece una disimetría de la desigualdad, María-Cruz Estada se hace eco en su artículo «Clínica de la bella y la bestia» tratando de pensar la aparente contradicción.

En este artículo, que está recorrido por valiosas aportaciones de gran utilidad para la clínica del maltrato, la autora sugiere que si desde el exterior se exige que desaparezca la violencia sin ofrecer vías de simbolización o sublimación alternativas, se puede estar inconscientemente colaborando (tal y como podemos hacerlo los propios profesionales) a que el ideal del yo se deslice hacia el superyó ,aliándonos con el aspecto sádico del mismo, si cuando lo que es algo del orden del ideal de bienestar se convierte en una obligación o se imponen soluciones que no pasan por la subjetividad del paciente. ¿Y acaso el intento de borrar las diferencias desde lo social no sería una nueva forma de violencia?- me preguntaría yo. De la misma manera, María-Cruz Estada nos muestra que si reducimos a la mujer al estatuto de culpable o de última responsable, u otorgamos o nos aliamos con la representación alienante que le da a la mujer el estatuto de víctima (representación a la que muchas mujeres se aferran en su búsqueda de una identidad) podemos ser los primeros en negarles una escucha que les reconozca en su singularidad y subjetividad, en una falsa salida para eludir la complejidad del pensamiento.

A lo largo del libro también la violencia va a poder ser visualizada y simbolizada a través del arte cinematográfico, como en la película «Te doy mis ojos», y ser objeto de reflexión a través de una historia de ficción. Gracias a las interesantes reflexiones de dos mujeres sobre esta película el lector puede disfrutar de dos hermosos trabajos que, desde el ámbito del psicoanálisis aplicado, también nos aportan una valiosa guía para navegantes en la clínica del maltrato. En el primero de los artículos Catherine Delarue nos muestra cómo la mujer golpeada al callarse (como hace la protagonista de la película) echa un manto sobre lo escandaloso de su deseo inconsciente, al tiempo que se somete a la orden materna de guardar silencio. En este contexto la autora hace en, mi criterio, una aseveración de importantes alcances clínicos. Dice así:

«Quizás una mujer golpeada por su compañero deba librarse de su enganche con el goce materno antes de poder dejar a quien la maltrata (…) Cualquier tentación de apartarla sin tener en cuenta esto, está condenada al fracaso».

Dentro de una línea interpretativa común y complementaria, Eva Van Morlegan nos muestra cómo el deseo de la madre alude al superyó materno en tanto ley incontrolada que produce estragos. Desde esta perspectiva, la entrega de los ojos supone quedar alineado en el deseo del otro (materno por excelencia). Sin embargo, Eva Van Morlegan nos va a mostrar la salida de esta alienación que tiene lugar cuando la mujer maltratada (como la Pilar de la película) rompe el círculo perverso gracias a poder visualizar el lugar de sometimiento que ella ocupaba.

Conjuntamente, y desde el compromiso de todos estos analistas con el discurso no sólo individual sino también social, este libro está recorrido por numerosos ejemplos de violencia social como pueden ser: los crímenes colectivos de ciudad Juárez o el mito fundacional de la tribu de los baruya de Nueva Guinea que estudia en profundidad Adriana Flórez, o la moderna «tournante» o rotadora» que representa el rostro actual de la violencia de las bandas juveniles en su intento fracasado de establecer una ley grupal- tal y como lo analiza Robert Lévy. Desde esta perspectiva, Robert Lévy nos muestra con agudeza, no sólo la actualidad de la violencia contra las mujeres sino también «la inactualidad de una violencia» que se ha instalado desde la noche de los tiempos. Y desde esa noche oscura ancestral las mujeres han representado y continúan representando «la heterogeneidad absoluta y la diferencia por excelencia»- como nos dice Robert Lévy. De esta forma -continúa diciendo-: «el hombre no permite que la mujer tenga algo de un goce que él nunca llegará a conocer», puesto que «la mujer no se somete por completo a la cuestión paterna, sino que algo escapa en ella a la castración».

En continuidad con este pensamiento, Adriana Flórez profundiza a través de su artículo en los motivos de la violencia sobre la mujer. Ella nos dice que «la violencia contra las mujeres podría explicarse, entre otras cosas, precisamente en la medida en que representan aquello que no se puede simbolizar, con lo cual, su absorción dentro de un discurso es imposible». De esta forma, nos recuerda que al representar las mujeres un goce que escapa al universal de la ley se asocian con aquel padre de la horda al que en su día hubo que asesinar para instaurar el lazo entre hermanos, hasta el punto de que pueda llegar a resultar legible -en palabras de esta autora- «que la violencia contra el cuerpo de la mujer pueda hacer ley». Ley que, añadiría yo, no representaría sino el fracaso de la propia ley en la medida en que -como dice Adriana Flórez- : estamos frente a un nuevo amo que no se ha simbolizado» y que «representaría -en palabras de Robert Levy- ese goce otro que se le escapó al padre de la horda por culpa del cual sigue existiendo la violencia de sus hijos en contra de la mujer y no del padre muerto».

Pero el cuerpo de la mujer no sólo se presenta como el espacio del placer o la perdición, sino también como un terreno fértil para los discursos como nos lo muestra con maestría Helí Morales en su erudito artículo «Cuerpo de mujer: discursos y enigma». Este autor nos invita a hacer un recorrido por la historia desde la Antigua Grecia, a través del que podemos vislumbrar cómo la sexualidad se ha concebido a lo largo de la misma a partir de un solo modelo: el del hombre (incluida la constitución corporal de las mujeres). Y, desde esta perspectiva, pienso que este patrón masculino que coloniza la historia de los discursos lo podríamos vislumbrar como el ejemplo y el efecto de una civilización o cultura falocéntrica – a la que también se refería María Cruz-Estada- que asentaría sus bases sobre la teoría sexual infantil de la primacía del falo como premisa universal. Y en esa mirada del niño, que ha imperado en nuestra civilización desde sus orígenes, la diferencia de los sexos no es representada como tal, sino que es percibida como una desigualdad que coloca a la mujer en una posición de inferioridad respecto al hombre que se supone que posee aquello que a la mujer le falta (posición de inferioridad, sumisión y dependencia con la que muchas mujeres también se han identificado y se siguen identificando aun en la actualidad).

Sin embargo, Helí Morales nos recuerda que Freud en «Tres Ensayos» propone que «la posibilidad de la niña de advenir mujer reside en que se desplace la zona erótica dominante del clítoris a la vagina, desplazamiento que implicaría una represión de su dimensión masculina «. «Devenir mujer para Freud -nos dice Helí Morales- es dejar de sentir sexualmente como hombre» Y este autor termina su artículo con una interesante reflexión: «Será menester problematizar la posibilidad de la existencia de dos modalidades de goce: uno que se refiera a la posición de mujer y otro que tenga que ver con la posición del hombre».

Y…partiendo de esta reflexión de Helí Morales yo me animaría a lanzar algunas preguntas:

¿Qué relación podría guardar el goce femenino con el masoquismo erógeno primario postulado por Freud? ¿Podríamos hablar de unos orígenes femeninos de la sexualidad?

Si, como nos muestran los autores de este libro «hay algo en la mujer que escapa a la castración… ¿podemos también pensar que «aquello que escapa a la castración» tiene relación con un lugar y/o significante femenino caracterizado por su interioridad? ¿Habría podido quedar entonces ensombrecido el significante femenino por la órbita fálica de la teorización sexual infantil? De hecho Freud en los «Tres Ensayos», haciendo referencia a la representación de la madre mencionaba a la «cavidad que recibe el pene» (la aufnimmit), y correlacionaba el destino de la sexualidad femenina con la «Annahme o Aufnahme», que no sólo estaría vinculada a la admisión o recepción de una representación reprimida, sino que también estaría referida a la operación ligada a la sexualidad femenina: receptora por antonomasia.

Desde esta perspectiva, podríamos también preguntarnos: ¿Qué temores podría suscitar el significante femenino representado por «el continente negro» con el que Freud encuentra un tope -como comenzaba mencionándonoslo Bernard Brémond en su artículo «Como anillo al dedo»?

Eva Van Morlegan, refiriéndose al deseo de la madre también nos recordaba una genial frase de Lacan:

«El deseo de la madre (…) siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre».

Inevitablemente, esta brillante metáfora de la madre convocó en mi mente el fantasma de la vagina dentada (que pudiera representar el cocodrilo) también constitutivo de las teorías sexuales infantiles. ¿Podría éste también ser un fantasma perteneciente a la civilización minoico-micénica (a la que aludía Freud refiriéndose al lazo prehistórico que unía a la niña y a su madre) que pueda ocultarse tras la representación de la mujer como solo castrada. ¿Remitiría entonces el «continente negro» con el que Freud encontró un tope al lazo originario con la madre cuyo deseo -como apunta Lacan- siempre produce estragos? ¿Podríamos poner en relación el rechazo y la angustia frente a lo femenino con el deseo estragante de la madre y con el modo en que se ha elaborado lo materno femenino originario común a ambos sexos?

Preguntas todas ellas que, junto con otras que me es imposible exponer por falta de tiempo, dan cuenta de lo estimulante y vivo del pensamiento de los autores del libro, que invita a los lectores a continuar pensando y repensando este fascinante -aunque complejo- tema.

Y, por último, sólo me queda agradecer a los autores su valentía y el aporte generoso de su pensamiento para abordar, pensar y proponer aperturas en este complejo tema de «La violencia sobre las mujeres» donde -como dice Jorge Camón- :

Frente al círculo de la violencia sin fin, en el que los extremos se tocan, las líneas paralelas se cruzan y encuentran en el infinito.

Fdo:© Mercedes Puchol Martinez (2012)

-La presentación del libro tuvo lugar en la sede del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid el día 10 de octubre del 2011.

Sobre el autor

Mercedes Puchol

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